Parábola del maestro Zen (PARTE No 1 y 2)
Un maestro de Zen paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, decidió entonces hacer una breve visita al lugar. Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de realizar visitas, conocer personas y obtener enseñanzas de esas experiencias.
Llegando al lugar comprobó la pobreza del sitio: la casa de madera casi en ruinas y sus habitantes; una pareja y tres niños vestidos con ropas sucias y rasgadas. Entonces el maestro Zen se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó:
—En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio, ¿Cómo hace usted y su familia para sobrevivir aquí?
El señor calmadamente respondió:
—Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o la cambiamos por otros alimentos en la ciudad, y con la otra parte producimos queso, para nuestro consumo y así vamos sobreviviendo.
El maestro agradeció la información, contempló el lugar por un momento, luego se despidió y se fue.
En el medio del camino, volteó hacia su fiel discípulo y le ordenó:
—Busca la vaquita, llévala al precipicio de allí enfrente y empújala al barranco.»
El discípulo espantado vio al maestro y le cuestionó sobre el hecho de que la vaquita era el medio de subsistencia de aquella familia.
Más como advirtió el silencio absoluto del maestro, fue a cumplir la orden. Así que empujó a la vaquita por el precipicio y la vio morir.
Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel discípulo durante algunos años.
Años después, el discípulo agobiado por la culpa resolvió abandonar el monasterio y regresar a aquel lugar, pedir perdón y ayudarlos.
Así lo hizo y a medida que se aproximaba al lugar, vio todo muy cambiado, con árboles floridos, todo habitado, una enorme casa bien arreglada y algunos niños bien vestidos jugando en el jardín.
El discípulo se sintió triste y desesperado al pensar en que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir, por haber perdido todo, así que aceleró el paso y, llegando, fue recibido por un señor muy alegre y animado.
El discípulo preguntó por la familia que vivía allí hacía unos dos años, el señor respondió que eran ellos. Espantado, el discípulo entró corriendo a la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hacía algunos años con su maestro Zen. Observó el lugar y le preguntó al señor (el dueño de la vaquita):
— ¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?
El señor entusiasmado le respondió:
—Nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió, de ahí en adelante nos vimos en la urgente necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así alcanzamos los logros que sus ojos vislumbran ahora.
El discípulo se retiró y regresó al monasterio a contarle a su maestro la gran enseñanza.
MORALEJA: Es posible que nuestras «vaquitas» nos estén limitando terriblemente. En las organizaciones y en la vida esas vaquitas son las que nos impiden cambiar y buscar nuevos caminos. Nos sentimos conformes con resultados mediocres y operamos con enfoques viejos que no queremos cambiar.
¿Puedes identificar algunas vaquitas en su mundo de trabajo y personal? ¿Qué está esperando para deshacerse de ellas?
🙏Gracias, 🙏Gracias, 🙏Gracias, Namaste, @dinopierini.
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